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A duck seamstress adjusting the tail of a peacock.
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Descubrí el paradero de la delatora de la suerte echada.
Descubrí su guarida. Escuché su cuento
y su maestría en la enseñanza de la delación y la miseria humana.
Viaja por tierra y por mar
desde que nos entregara a los metemiedos
y a los que paraquenuncaloolvides, por todo el mundo
viajera lleva tres décadas propagando con gracia actuada
el arte de narrar cuán inabarcable es el mal que puede hacerse al delatar.
En su pueblo, que es el mío, la creen muerta,
y un altar en un rincón improvisaron como símbolo funerario
en la mole blanca de piedra marfil que guarda
las hojas de los libros y los acallados tacones fantasmales de Fefa
que tenía los dientes inclinados hacia el mundo como en una sonrisa eterna.
Me lo dijo anoche un anónimo en una nota subversiva,
como subversiva y amedrentada fue la vida
que ambiciosos como ella provocan en tiemblos ajenos.
Inescrupulosa en la supervivencia,
de la oralidad ha hecho caja, profesión y corazón,
si así puede llamársele al musgo que debe latir entre sus huesos
como el hongo de las cloacas citadinas.
Un número al que llamar para inscribirse en la narración,
y un nombre para café civilizado de altos ventanales
por el que paso con frecuencia: dentro y fuera andará ella,
pisoteando sin garbo y chaparrudamente mi Cava Baja vecina,
que huele a horno de leña y cordero asado.
En su pueblo la creen muerta, insisto, pero la hiedra vive,
bien pegada a la sombra de contar el cuento de la vida de los otros,
tanto al respetable como a los irrespetables mensajeros del pánico
con que antaño compartió los posos de una misma taza.
¿Qué hago, ahora que la tengo al alcance de mi ballesta?
Si la mato, nadie comprenderá en Soto del Real tan absurdo proceder.
Si la espero a la salida de su actuación
y mancho su rostro con el silente estrépito de mi desprecio,
dirán que la envidia me empuja y la rabia la boca llena en balde y con ridículo.
¿Confiar en la justicia divina? No es suficiente.
Pero nada lo es, ni siquiera olvidarla,
ni siquiera simular que no me molesta que tan cerca de mí
respire. Dudo que seres así tengan remordimientos.
¿De qué, al fin y al cabo? En tiempos de guerra
hay que mantenerse de alguna manera: no hay mucha diferencia
entre retorcer el gollete de un pollo
y arruinar, o cuando menos importunar, la vida del poeta.
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(Madrid, 2010-2011)
© 2011 David Lago González
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