martes, 3 de noviembre de 2009

Riders on the storm (Doors) - Elogio del Jinete

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MALECON POR LA TARDE by Felix Pages-Romeu

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a León de la Hoz,

por uno de sus poemas del libro "Cuerpo divinamente humano"

No dramatices,

ni añadas más leños del árbol de la tragedia

a ese cuerpo que sólo se viste con piel y formas

y en la larga acera que bordea El Malecón

se inclina ante la ventanilla de un coche alquilado.

Es una vieja historia

y ha sucedido ya en otras muchas partes del mundo.

Es una vieja historia

que de sobra hemos visto antes y no nos ha escandalizado tanto.

El que hoy ocurra en tu país

es otro accidente más de eso que llamamos Historia

y algún día pasará, y si el mar vuelve otra vez a su sereno oleaje,

la puta será una buena madre y el puto se casará y tendrá hijos

y ambos ocultarán su pasado, como hace tanta gente;

como ha hecho tanta gente, que ha canjeado ideas y hasta personas en vez de carne,

y si asistes a uno de esos ágapes que Bacardí auspicia con sus mojitos y daiquirís,

verás lo bien que saben disimularlo.

Incluso esto mismo, que es mucho más grave,

ya sucedió hace siglos, y hasta la Biblia habla de ello.

No sería fútil

reparar en la trampa y el escudo semántico del nombre: jinete

es aquel que domina, aquel que conduce la bestia

(llámesele caballo, asno, buey, ñandú, italiano, canadiense, mejicano o español)

por el sendero que quiere, aquel que le doma y le fustiga;

si la bestia se contenta con un poco de pienso o un manojo de pasto seco,

será cosa de sus carencias y necesidades,

de una infancia freudiana o de un falo pequeño.

Por eso, no dramatices: la carne es agua y un día se secará.

En las postrimerías de cada guerra, la carne se altera

arreada por el hambre de la primavera: bellas italianas

se entregaban a rubios soldados por una barra de chocolate;

las "mantenidas" en Madrid eran legión

y las francesas también extendían un poco más su mano

por alcanzar una copa de champán, pero se conformaban con una de Cointreau;

las polacas ―no judías― se daban a los alemanes a cambio de algunas patatas;

y los niños germanos sobaban los genitales de sus salvadores

y sus viejos paisanos entre las ruinas humeantes del Reichstag.

Muchas rusas se entregaron a horribles funcionarios

por añadir unos metros más a sus departamentos moscovitas.

Stefan Zweig relató cosas lamentablemente inolvidables antes de matarse en Brasil.

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Y ¿qué ha pasado?

Nada.

Los próximos excesos del poder acarrearán lo mismo.

Es una consecuencia más de las guerras

y desde hace mucho tiempo podemos ver esas imágenes, por penosas que nos parezcan,

con la tranquilidad del espectador que en la oscura sala de algún cine

comparte su soledad con pensamientos y fotogramas.

Los que nacimos en esa isla

―que, por otro lado, no es ni tan hermosa ni es el paraíso―

llevamos cuarenta años de guerra, sobre todo con nosotros mismos:

lo más natural es que la cuerda ceda por su parte más débil,

y es mejor que rompa por su carne y no por la lengua o por las ideas

o por ese fantasma informe y metafísico que se llama alma.

Así que, después de mucho sangrar yo mismo ante tanta rabia impotente,

la paz me ha alcanzado, quizá un minúsculo rayo de lucidez

―o tal vez de indiferencia, de cansancio―, y si hoy,

a finales de 1999, ya nadie se enamora en El Malecón de La Habana,

no te preocupes, "no cojas lucha, hermano": cuando pase la Gran Guerra Patria,

los hijos de las putas y los hijos de los putos tomarán el relevo

y de nuevo Amor florecerá sobre la piedra carcomida por el salitre.

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(Madrid, 15 de diciembre de 1999)

© 1999 David Lago González

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2 comentarios:

Zoé Valdés dijo...

¡Qué belleza de poema! ¡Y esperanzador!

David Lago González dijo...

Gracias, Zoe. Sí, sobre todo, esperanzador...