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Laughing Woman with a Cup, c. 1955 by Stephen D. Colhoun
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Anónimo camagüeyano
para Carlín Galán,
anónimo para los que no tuvieron la dicha de conocerle,
inolvidable para los que con él compartimos las noches camagüeyanas.
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Quiero bajar la voz hasta hacerla un susurro
y con ese murmullo ofrecerte el homenaje que te mereces.
No quiero que se despierte nadie ilustre, ningún pomposo
que preguntará, insolente, "¿quién fue ése?".
Ese fue Carlín Galán, viejo Rey Lear de Puerto Príncipe,
ese puerto rodeado de tierra por todas partes, rada del absurdo y la arena seca.
Callecita de El Lugareño. Casita de El Lugareño,
en la que para ir al baño había que cruzar el camino de costado
como los egipcios perpetuados en los cuencos.
En las paredes se agolpaban Amelia Peláez, Víctor Manuel, Portocarrero,
la máscara mortuoria de Emilito Ballagas. Amigablemente,
compartían el silencio de las paredes muertas.
Hermano de Natalio, no te tocó ni una sola nota de la gloria
que no sea esa de vivir con consecuencia tu vida y la despedida.
Amigo del trémulo Virgilio, del desdoblamiento de Carbonell;
amigo de los que sufridamente alcanzaron algún risco antes de caer.
Siempre despidiendo en silencio, tal vez armando tu propia despedida.
Cuando abrieron la veda del transterrado, cruzaste el Estrecho de La Florida
a reencontrarte con el sueño de la familia
y regresaste horrorizado por la pesadilla de la realidad. Creo que nunca más volviste.
Al entrar al Tasende o al Principal, entraba la Reina Madre de Inglaterra
disfrazada de pueblerina camagüeyana: no podías ir de incógnito
porque lo que se representaría sobre los escenarios
sería siempre mucho menor a tu pequeña estatura.
Jamás alcanzaría tu elocuencia. Jamás imitarían tu gracia y tu mordacidad.
Ningún silencio sería comparable al tuyo,
cuando aprovechabas para dar una profunda calada al cigarrillo
y quedarte entre humos, envuelto en otros mundos.
La noche la cerraban las sonrisas:
esa silenciosa ovación del labio superior contra el de abajo.
Sé que has muerto hace poco: has vivido largos años.
No volveremos a repetir aquellas veladas en tu casa
cuando abrías la Caja de Pandora de la historia subterránea.
No volveremos a encontrarte en el Parque Agramonte, ni en los escasos teatros
persiguiendo siempre algún atisbo del arte.
No volveremos a verte ―al menos por ahora―;
pero por siempre serás nuestro Rey Lear, nuestra Reina Madre, nuestro alien de New York,
y nuestro Kral Majales de Camagüey, extemporáneo como todos los grandes,
silencioso como todos los anónimos.
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(Madrid, 7 de Marzo de 1998)
© 1998 David Lago González
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