lunes, 25 de febrero de 2008

LA MIRADA DE ULISES, (C) David Lago González 1999





La mirada de Ulises (Theo Anghelopoulos)




No, no descubre nada. Ni siquiera quiere llegar a su destino.
Su viaje es falso. Su entusiasmo no es real, es una enfermedad
en cierta isla falsa donde el corazón no puede actuar y no sufre.
Tolera su fiebre, es más débil de lo que pensaba, su debilidad es real.
Pero hay ratos, cuando los delfines saltan con garbo buscando
ser admirados o cuando una isla de verdad asoma a lo lejos
y se deja ver, en los que se rompe su trance: recuerda
sitios y lugares donde estuvo bien. Cree en la felicidad,
cree que su fiebre puede curarse con un viaje definitivo
allí donde los corazones se reúnen y son fieles,
a través
de este océano, que separa
corazones distintos pero que siempre es el mismo, que está
en todos sitios, como la verdad y la falsedad, pero que no sufre.

Wystan Hugh Auden





1 Albania


Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises.
Quiere regresar a su Itaca
y se busca la excusa de perseguir el rastro
de unos hermanos Lumiere balcánicos
que allí pusieron movimiento a los primeros daguerrotipos de la Historia.
-Se sabe que La Historia siempre tiene varias y diferentes aristas-.
Harvey Keitel lleva traje y corbata, y es Ulises:
un Ulises de ahora, de este siglo, que es el número veinte.
En realidad, tiene varias Itacas a su espalda.
Pero primero llega a Grecia y en las calles de Atenas hay revueltas.
Los griegos protestan por el contenido de su última película
y Ulises corre peligro de ser apedreado.
-Se sabe que La Susceptibilidad tiene varias y diferentes aristas-.
Pero Ulises siente que ha perdido algo en su memoria
y quiere recorrer el periplo de vuelta hasta el punto
en donde comenzó a formarse la Nada.
Porque su vida ha devenido en un vacío, a pesar de las apariencias,
a pesar del traje y la corbata y la recomposición sucedánea de su existencia,
a pesar de que tome prestado el cuerpo de Harvey Keitel, su rostro duro
ocultando una sensibilidad que le torna demasiado vulnerable
a las sinrazones de la Nada.
La Nada la llevan unos señores de muy diversa forma,
que el mundo confunde y aclama, o condena, o mitifica, o idolatra u odia;
que unas veces son bestiales y palpables, y otras, sutiles y fantasmales.
-Se sabe que La Nada tiene varias y diferentes aristas-.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y Ulises alquila el taxi de un griego que habla siempre, fuma,
habla y habla, haciendo más ruido que el motor de su viejo coche.
Cruzan la frontera con Albania
(y he dicho "cruzan la frontera con Albania").
Por una suerte de meseta, la nieve crece a trozos igual que la hierba marchita y el lodo.
Por una suerte de meseta, la gente pisotea esa nieve tan desvaída y pobre
como ella misma, tan triste y misérrima como las arrugas de sus rostros,
y parece dirigirse hacia alguna parte.
Toda la gente va hacia alguna parte diferente. Unos van y otros vienen.
No pasean por el campo, no admiran la naturaleza
-tan rala y poco admirable, por otra parte-, sino que van -y cuando digo "van"
quiero decir que "van", que saben a dónde se dirigen y que tienen razones para ello-.
De sus manos cuelgan bolsas, las más variadas bolsas
y las más vacías bolsas que se han visto en un país.
Albania es el país más triste del mundo.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y en la butaca del cine siento que yo también soy Ulises.
Ahora sé que las cartas desalentadas de mis primas llegan también de Albania.
Ahora sé que las voces a través del teléfono me vienen también de Albania.
Ahora sé que las bolsas vacías en sus manos buscan carne, lechugas, leña,
algún pañuelo, algún zapato pequeño: quieren algo, y van y regresan vacías.
Y los rostros, en medio de aquel páramo, buscan comprensión.
Para ellos bastaría con un abrazo y el silencio, un silencio
más reparador que cualquier palabra.
Albania desoladora y desolada: paraje cruel y duro
que se filtra a través de los párpados cerrados, no importa cuán fuertes los cerremos.
Sólo crecen trozos de nieve entre trozos de hierba y de lodo
-y cuando digo "crecen trozos de nieve" me refiero a que esos copos no caen del cielo
sino que parecen salir del subsuelo, junto a toda la suciedad del paisaje-.
El taxi se detiene de pronto y el conductor dice "Hasta aquí llego yo".
Así, arbitrariamente.




2 Rumania


En Rumania las cosas son diferentes. En Rumania sólo se ve el pasado.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y es apresado porque está rebuscando en el baúl del pasado,
y aunque sólo busca un celuloide desvaído de los Lumiere balcánicos
que únicamente tiene importancia para él, los guardas lo apresan
porque piensan que quiere descubrir algo más.
Los guardas no saben lo que es un celuloide desvaído, ni quiénes fueron esos hermanos,
locos, olvidados, y perdidos para, por y en el tiempo;
ellos sólo piensan que Ulises pregunta y busca y se hace molesto,
y ellos no quieren preguntas. No se puede preguntar en Rumania.
Es noche, y pasan camiones militares, como en estado de sitio.
Es noche y hace frío.
Ulises es golpeado porque hace preguntas
y sigue las huellas invisibles de los muertos.
Estos muertos ni siquiera fueron peligrosos en vida,
pero el que alguien se interese por ellos después de tanto tiempo
les aporta de pronto una peligrosidad inusual que nunca soñaron tener.
No se puede preguntar en Rumania: es pecado capital.





3 Hungría


Entre medias hay una ruta real a través de una nieve espesa.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y escapa de los gendarmes recorriendo kilómetros de blancura silenciosa.
No sabe que va a encontrar una mujer a mitad de su camino.
Una campesina que se ha quedado sin marido: lo mataron en alguna guerra,
o alguna bala perdida que el destino depara caprichosamente.
La mujer está sola -hermosa, curtida y recia campesina-
y siente el olor del hombre en medio del bosque nevado.
Y Ulises aspira el aroma del gamo
y la viuda engaña a su muerto cubriendo el cuerpo de Ulises bajo la misma manta.
La manta es rústica, de pura lana; la hizo ella en el telar.
Aquí no hay televisión ni cine ni artilugios que desvían la atención
del mero y preocupante hecho de sobrevivir.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y permanece montado sobre ella durante días,
mientras afuera caen copos blancos y a lo lejos se escuchan disparos.
La campesina es una sirena de tierra, una ondina, en medio del camino a Itaca.

Bajo la manta, una fiesta familiar en Budapest le devuelve la infancia.
Los nazis interrumpen la reunión y se llevan a alguien.
Cesa el piano que antes alegraba con un vals los cuerpos del recuerdo.
Los nazis prometen volver.
Sus ojos infantiles miran desde una cortina la despedida forzosa.
La guerra empieza y termina, pero en su corazón
seguirán estallando los obuses por el resto de su vida.
Los comisarios políticos, pocos años después, interrumpen otra fiesta
y se llevan a alguien, y también prometen volver.
Extrañas coincidencias acontecen en Itaca:
distintos personajes dicen lo mismo en diferentes épocas,
y la familia insiste en recomponerse a pesar de los fragmentos.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
y todos son deportados a Grecia por ser judíos,
o por esconderse detrás de una cortina roja,
o por tener un piano donde se toca un vals vienés.
Itaca, Budapest, aquello que Perse llamaba tan angustiosamente:
"¡Infancia, amor mío!", no serán recuperables
más allá de la manta de la mujer del bosque: afuera dejan de existir.
Bajo la manta, sin asomar la cabeza, junto a este olor de hembra salvaje,
sin palabras, creciéndole la barba mientras también la nieve crece fuera,
montándose sobre este cuerpo desconocido, Ulises llega a Itaca,
pero no para quedarse. Porque Itaca siempre está perdida.
Budapest nunca será la misma.





4 La mirada de Ulises


La mirada de Ulises observa cómo desmontan el pesado monolito del héroe.
Es una operación que lleva horas cuidadosas
porque a pesar de los cambios, se pretende que la piedra no se quiebre.
En el fondo persiste un cierto respeto,
que es también un respeto hacia su propio pasado,
hacia la inutilidad de los hombres que ostentan el poder a lo largo del tiempo,
hacia la ilusión y las ideas equivocadas,
hacia las consecuencias que se derivan de la sinrazón del poder.
Serían mucho más numerosas las horas empleadas en cincelarlo
-el detalle de perfilar con perfección su barbilla enfilando el futuro
costaría mucho sudor, las manos del escultor se harían más rudas seguramente-.
En el gesto adusto del héroe, en su mirada fija hacia el horizonte,
en sus pupilas de faro que guiaba los barcos a puerto, no hay nada
confundible con la tenue e indefensa sensibilidad del arte,
pero ha sido todo un arte combinar la dureza de la piedra,
la dureza del héroe
y la dureza férrea de la Idea.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises,
en el puerto, con un pie sobre el muro del malecón,
viendo cómo desmontan el pesado monolito del héroe:
lo cortan por la mitad, y con dos cuerdas de acero (una al cuello, otra al abdomen)
lo depositan sobre un trasbordador y emprende la despedida.
Nadie le dice adiós. Se marcha con más silencio con el que se levantó.
Esta vez no hay escultores; sólo obreros que hacen su trabajo,
cobran su jornada y se marchan a sus casas
o a la taberna para rociarse con un vaso de aguardiente de ciruelas.
Sobre cubierta parece como si estuviera tomando tranquilamente el sol,
aprovechando el receso de las ventiscas de invierno.
Va plácidamente, durmiendo.
Ulises le mira partir: parece meditar sobre lo vano y lo inservible
del paso del tiempo.
La tristeza supera el respeto.





5 Sarajevo


¿Quién es quién en la ciudad?
¿Los comunistas son los serbios y no quieren perder el poder?
¿Los croatas son los antiguos aliados de la svástica?
¿Los macedonios son las víctimas entre un fuego cruzado?
¿Los musulmanes quieren profesar su fe? ¿De dónde viene tanto odio?
¿Quién es quién en la ciudad? ¿Quién es el vecino, el amigo,
el enemigo? ¿Quién es el padre o la madre, los hermanos quiénes son?
¿De quién es el verdadero Dios?
Mientras el viejo héroe zarpa sobre su trasbordador, camino del polvo,
del polvo se alza una lucha feroz por ocupar el vacío.
El vacío volverá a traer el poder,
y el poder volverá a repoblar la tierra arrasada con nuevas Itacas.
Y de nuevo el tiempo transcurrirá en vano, en vano los muertos y la guerra.
Y la guerra terminará, pero en el corazón nunca se apagará el ruido de los obuses,
el boquete irremediable de tanta futilidad.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises.
Por las calles de Sarajevo esquiva las balas de los francotiradores.
Le han indicado el camino para llegar al custudio del viejo tesoro
de los Lumiere balcánicos. Todo está en ruinas,
y como una ruina más, en el sótano de una iglesia destruida,
alguien le entrega los daguerrotipos desvaídos y comprueba que ya son inservibles.
Itaca sigue durmiendo bajo la manta de la campesina.
Hay una muchacha y un muchacho, ambos enamorados:
dicen que serán felices y tendrán hijos. Eso es ilusión: ellos también perderán.
Harvey Keitel es Ulises, y es Ulises, y Ulises perdió.
Itaca sigue durmiendo bajo la manta de la campesina.

Itaca no despertará.



(Madrid, 17 de Marzo de 1998.)
(Publicado por Ediciones Timbalito, Madrid, 2000)

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