martes, 10 de noviembre de 2009

El Harém del tiempo

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garrafa

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Voy a comprar una casa para reunir allí a todos mis amantes.

Conservarán el tiempo en que les conocí,

la primera sonrisa, el beso más entregado,

la noche aquella de las confidencias.

Guardarán el tiempo en que, de una u otra forma, nos amamos.

Yo continuaré el mío. Y no conoceré otros,

ni volveré a ellos salvo en esos terribles momentos

en que necesito un abrazo.

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(Madrid, 10 de noviembre de 2009)

© 2009 David Lago González

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Villa Maristas, La Habana. Año del Señor de 1978

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A Short Lived Thing (silverpoint)

(C) Richard A. Kirk - A Short Lived Thing (silverpoint), 2008

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para Carlos Victoria Olivera

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A la mesa del restaurante (Veinte años antes)

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El miedo, que viste y calza nuestros actos,

se sienta a la mesa con nosotros.

Virgilio Piñera

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Cuando pregunta por sentarse quiere decir que ya lo ha hecho.

A la mesa del restaurante, es de súbito una intrusa

que asume entre nosotros la función de las copas y los cubiertos.

La subimos, la bajamos, la dejamos reposar en nuestros labios;

es quizá de este reposo de lo que se aprovecha

para hacernos cambiar el diálogo.

Irrumpe sin más ni más, como un trueno,

mientras a todo alrededor, impasibles, sobre el telón

se repliegan y se desdoblan la luna y el sol al cierre de cada acto.

En contra de todas las mudas objeciones, ella está aquí,

sobrepasando nuestras manos, nuestra voz,

el taconeo ahogado de las camareras

y el sonido de las botellas al chocar en la cubeta,

la benevolencia que nos hace coincidir a esta mesa

en la que inconscientemente separamos un lugar para esta amiga nuestra.

Y porque es más real que la misma realidad,

como un soplo puede borrarnos,

o puede al menos para siempre convertirnos en enemigos.

Basta con tirar del mantel en el que como vasos y cubiertos

nos confiamos al requerimiento de los comensales.

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(Camagüey. 2 de Septiembre de 1978)

© 1978 David Lago González

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Recursos (Veinte años después)

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"...and the bird can sing

but you can't hear me, you can't hear me."

George Harrison

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Podría haberse remontado a los tugurios nocturnos de Hamburgo de donde las viejas notas de My Bonnie salían flotando sobre el océano para refrescar el asfalto de la ciudad con sus chorros de agua nueva.

Pero para intentar romper el orden con que la bombilla siempre luciendo desvirtuaba las horas del día y de la noche, confundía y enloquecía el paso del tiempo, escogió, precisamente, el orden de empezar por el inicio público de los mitos.

Curiosamente, recurrió al orden para romper el orden,

sin deliberación posible, tal vez sólo por la fuerza irremediable a la que estaba acostumbrado.

"Ámame tú, que yo a ti también te amo"*: ¿se puede pretender más simplicidad, más inocencia, más ingenuidad, que confiar en que amar a alguien implique ser correspondido?

Los golpes precisos de Richard Starkey sobre la batería Diamond acentuaban y subrayaban el deseo más simple y más pretencioso de todo ser humano: amar y ser amado.

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Como si de peligrosos criminales se tratara, sólo habíamos visto sus rostros sobre el estampado multicolor de las revistas del enemigo; sólo les habíamos visto sobre el escenario montado por Santiago Álvarez para compararles con graciosos chimpancés circenses, denigrando aquella inicial alegría de la vitalidad a algo muy pobre en pensamiento.

En el principio fueron aquellas imágenes vejatorias las que nos permitieron verles bailar con Beethoven en las pantallas de las usualmente vacías salas de cine de los años sesenta.

Paradojas de la historia hicieron que aquellos "diez minutos del Horror" se convirtieron en diez minutos de placer y lozanía, y aquellos tristes cines se llenaron a rebosar de jóvenes inquietos, de pies que seguían el ritmo de la vieja canción de Chuck Berry con silencio estremecedor, de palmadas que no se atrevían a pronunciarse en sonidos, de contusiones contenidas entre el estrecho corsé de las butacas, de cómplices miradas que en la oscuridad se descubrían con una cierta libertad temerosa de su ilegalidad, pero sonriente, sonriente porque alguien más podía vivir en alguna otra parte, o morir, o pasar hambre, o cantar, "contonearse y gritar”*, aunque ello no representara la liberación de los pueblos oprimidos sino una simple, elemental y efímera etapa llamada "juventud":

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John, Paul, George & Ringo.

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"Ella te ama"*, sí, efectivamente, pero "debería haberlo sabido mejor"*: todo no iba a ser tan sencillo como la fugaz adolescencia lo presentaba.

Pero, por mucho que cantara, "no había respuesta"*: la pequeña habitación de Villa Maristas carecía de "alma de goma”*, pero sí mantenía su luz impía para que la cuenta de los días se convirtiera en tarea imposible.

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"Cosas que dijimos hoy"* tal vez no debieron haber sido dichas, pero cuando "el pájaro puede cantar"* ¿cómo hacer para que guarde silencio si es condición natural del ave expresar sus sentimientos a través de su pico, aun, incluso, a pesar de estar en jaula de utopías o anillada a la búsqueda de lo perfecto?

No se podía cantar la canción que tú eligieras: era necesario, estrictamente necesario, aplaudir, rabiosamente, estruendosamente, para que su estruendo silenciara la voz ingenua del imberbe.

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"Si hay alguien dispuesto a escuchar mi historia..."*

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Pero, ¿para qué?... Mejor refugiarse en un "bosque noruego"*: al menos entre los altos abedules no palpitará este calor agotador ni la luz sempiterna e implacable de esta bombilla en la celda del antiguo colegio de los Hnos. Champaignat.

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Nunca jamás en los veinte años posteriores hemos vuelto a hablar de aquello. Ni siquiera entonces lo hicimos: sentados a la mesa te negaste a hacerlo y cuando pasaron muchos días me contaste el recurso de las canciones, de nuestras canciones, cuyas letras nos intercambiábamos como material delictivo.

-o-

Luego, alguien mató a John bajo el Dakota Building y la juventud se terminó con la sorpresa de un disparo.

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So, let it be.

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(Madrid, 27 de Junio de 1998.)

© 1998 David Lago González

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*Referencias relacionadas con los temas de los Beatles:

“that love me do, you know I love you” - “twist and shout” - “she loves you” - “I should have known better” - “no reply” - “rubber soul” - “things we said today” - “and the bird can sing” - “if there’s anybody goin’ to listen to my story” - “Norwegian wood”

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martes, 3 de noviembre de 2009

Riders on the storm (Doors) - Elogio del Jinete

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MALECON POR LA TARDE by Felix Pages-Romeu

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a León de la Hoz,

por uno de sus poemas del libro "Cuerpo divinamente humano"

No dramatices,

ni añadas más leños del árbol de la tragedia

a ese cuerpo que sólo se viste con piel y formas

y en la larga acera que bordea El Malecón

se inclina ante la ventanilla de un coche alquilado.

Es una vieja historia

y ha sucedido ya en otras muchas partes del mundo.

Es una vieja historia

que de sobra hemos visto antes y no nos ha escandalizado tanto.

El que hoy ocurra en tu país

es otro accidente más de eso que llamamos Historia

y algún día pasará, y si el mar vuelve otra vez a su sereno oleaje,

la puta será una buena madre y el puto se casará y tendrá hijos

y ambos ocultarán su pasado, como hace tanta gente;

como ha hecho tanta gente, que ha canjeado ideas y hasta personas en vez de carne,

y si asistes a uno de esos ágapes que Bacardí auspicia con sus mojitos y daiquirís,

verás lo bien que saben disimularlo.

Incluso esto mismo, que es mucho más grave,

ya sucedió hace siglos, y hasta la Biblia habla de ello.

No sería fútil

reparar en la trampa y el escudo semántico del nombre: jinete

es aquel que domina, aquel que conduce la bestia

(llámesele caballo, asno, buey, ñandú, italiano, canadiense, mejicano o español)

por el sendero que quiere, aquel que le doma y le fustiga;

si la bestia se contenta con un poco de pienso o un manojo de pasto seco,

será cosa de sus carencias y necesidades,

de una infancia freudiana o de un falo pequeño.

Por eso, no dramatices: la carne es agua y un día se secará.

En las postrimerías de cada guerra, la carne se altera

arreada por el hambre de la primavera: bellas italianas

se entregaban a rubios soldados por una barra de chocolate;

las "mantenidas" en Madrid eran legión

y las francesas también extendían un poco más su mano

por alcanzar una copa de champán, pero se conformaban con una de Cointreau;

las polacas ―no judías― se daban a los alemanes a cambio de algunas patatas;

y los niños germanos sobaban los genitales de sus salvadores

y sus viejos paisanos entre las ruinas humeantes del Reichstag.

Muchas rusas se entregaron a horribles funcionarios

por añadir unos metros más a sus departamentos moscovitas.

Stefan Zweig relató cosas lamentablemente inolvidables antes de matarse en Brasil.

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Y ¿qué ha pasado?

Nada.

Los próximos excesos del poder acarrearán lo mismo.

Es una consecuencia más de las guerras

y desde hace mucho tiempo podemos ver esas imágenes, por penosas que nos parezcan,

con la tranquilidad del espectador que en la oscura sala de algún cine

comparte su soledad con pensamientos y fotogramas.

Los que nacimos en esa isla

―que, por otro lado, no es ni tan hermosa ni es el paraíso―

llevamos cuarenta años de guerra, sobre todo con nosotros mismos:

lo más natural es que la cuerda ceda por su parte más débil,

y es mejor que rompa por su carne y no por la lengua o por las ideas

o por ese fantasma informe y metafísico que se llama alma.

Así que, después de mucho sangrar yo mismo ante tanta rabia impotente,

la paz me ha alcanzado, quizá un minúsculo rayo de lucidez

―o tal vez de indiferencia, de cansancio―, y si hoy,

a finales de 1999, ya nadie se enamora en El Malecón de La Habana,

no te preocupes, "no cojas lucha, hermano": cuando pase la Gran Guerra Patria,

los hijos de las putas y los hijos de los putos tomarán el relevo

y de nuevo Amor florecerá sobre la piedra carcomida por el salitre.

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(Madrid, 15 de diciembre de 1999)

© 1999 David Lago González

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