jueves, 28 de mayo de 2009

Revival

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Acabo de verte esta tarde, 16 de marzo de 2005. Ahora mismo, Amelia;

escudriñabas el interior de una tienda cerrada en la calle de San Mateo

como si te asomaras a un bazar infinito en Chinatown.

Yo sé que buscabas en New York que un ejército de terracota

te diera la razón, esa perla de quien nace para vivir para alguien.

tanto tiempo lo has hecho que el sacrificio se ha hecho vicio,

ha crecido como hiedra por la pared del tiempo,

a través de la celosía del agua.

¿Y cuándo no tenga a nadie? ―jamás te preguntas eso―

Inventaremos entonces

una tienda siempre abierta, una sobrina lejaniiiísima

allá por Borneo oriental, Chinatown en el ojo de una abeja,

New York cabrá en un bolso rojo,

y un ejército de terracota se mirará sobre el cristal de la esmeralda

en el anillo de tu dedo.

Todo tiene remedio, Amelia; todo lo tiene.

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(Madrid, 16 de marzo de 2005.)

© 2005 David Lago González

sábado, 23 de mayo de 2009

Aniversario

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2886555

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Para cuando... (ruido ensordecedor in crescendo,

voces, tráfico urbano, implociones controladas a cámara lenta,

plegarias, olas rompiendo, una copa que cae al suelo, remolino

del polvo en la ciudad, una mañana de campo bajo un árbol

donde canta un pájaro solitario...) quiero

un coche negro tirado por percherones blancos, engalanados

de oro, azul púrpura y turquesa, amarillo cegador y blanco.

Que camine sin sonido sobre los guijarros de Camagüey.

Con dificultad y suavidad, como las caderas de una jamaicana

que porta sobre su cabeza un atado gigante de ropa sucia

y baja por la calle de mi infancia, se detiene en el inoportuno

poste de la luz que corta la acera en “cuánto me falta”

y “en ya falta menos”, deja el lío de ropas en el suelo,

se seca el sudor, y vuelve a ponérselo sobre las “pasas” recogidas

valiéndose de una mano que apoya sobre el mundo

que se hunde en la grasa de sus caderas, y con la otra sujeta arriba

el otro mundo y echa a andar de nuevo... Es una cuestión

de equilibrios que el mundo de arriba y el de abajo cohabiten

el mismo universo de mis ojos, que quieren entonces

ser los ojos del mundo... o al menos, de otro mundo...

el mío.

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Yo voy a pedir por esta boca, no me importa nada lo que diga el populacho.

En fin de cuentas, siempre van a hablar...

Yo quiero que Joni Mitchell, y todas sus amantes,

y toda la prole celestial de ángeles de Vancouver y alguna de Québec,

rememoren “la última vez que vi a Richard”

como si realmente volvieran a ver a Richard por última vez

caminando a mi lado, tendido entre el coche orlado y los percherones

de patas peludas cuanto más cerca de los cascos,

y lo recuerden con esa voz entre la diznea y el foso de la ópera.

Quiero que Whoopie Goldberg se siente al piano otra vez

y comience quedamente a repetirme que tuve todo cuanto quise,

que la carencia quizás sólo fue una cuestión de destiempo,

y de equilibrio entre los mundos, pero que el resultado ha sido millonario,

y la cosecha la mejor habida en el universo

a pesar de todos los pronósticos

y de todo cuanto los miserables hicieron en uno y otro lado.

La miseria ni siquiera tiene conciencia del asno que golpea

porque ella, con sus ellos, se alimentan del golpe contra el lomo

y si el lomo desaparece, siguen golpeando

y golpeando,

para escucharse a sí mismos en su vana victoria.

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Por eso

yo voy a pedir por estos ojos

despertarme a la mañana de Chelsea

como antes de saber que sufría por ti

todo lo que la daga aventuraba en su filo mellado,

tudo machucado, tudo machucado

el corazón del apasionado que se lanzaba

por este camino de palabras que conducen hacia la locura,

la locura que es dolor del que no vuelve

pero escapa para siempre de lo ramplón y lo siniestro

entre los cascos de los caballos.

Mayo 2009.

© 2009 David Lago González

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foggy

martes, 19 de mayo de 2009

Los penúltimos días de la Casa de Usher

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Los penúltimos días de la Casa de Usher

son peores que los últimos, y mucho más agónicos

que el colapso total.

Son días de confusión, en que todos,

a pesar de hablar el mismo lenguaje,

hablan una palabra y escuchan otra,

como si un espíritu burlón las cambiara

en el salto de la boca a la oreja

si con buena suerte llega al pabellón que la mosca asorda,

pues si la palabra cede a la gravísima gravedad

y pisa —¡qué digo!—, roza,

cualquiera de los elementos telúricos,

puede desatarse cualquier bobo espanto

que a su vez convoque las más oscuras ofensas de la simplicidad

y también aquellas otras deleznablemente pervertidas de la ilustración.

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(Abril 2009)

© 2009 David Lago González

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viernes, 15 de mayo de 2009

Paraísos cercanos*

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CASA_CAMAGUEY2000Dic

a Frangelina

y los compañeros del Sindicato de Trabajadores

que se negaron a secundar los actos de repudio en contra nuestra

durante los acontecimientos de mayo de 1980 en Camagüey, Cuba

Por entonces vivíamos allí mi madre y yo.

Por entonces,

frente a la puerta de casa se levantaba un álamo y los Miranda tenían cuerpos de ébano bruñido. Si hubiesen aireado sus ornamentos habrían competido con lo inusitado del marañón, única fruta que ostenta su simiente a la vista de todos.

Por entonces,

los Miranda habían descubierto el contento en la humillación ajena y se deleitaban en subirse al árbol para convertir a mi madre en una vieja ramera a la que vaticinaban una segura violación por los ornamentos de otros ébanos bruñidos en la vecina Norteamérica, situando el mismo color de su piel como sinónimo de lo más ínfimo. Yo también sería sodomizado por otros cuerpos oscuros como la noche. No sé por qué razón los Miranda tenían esa extraña fijación con que los únicos forzadores del sexo de hombre y mujeres a noventa millas de aquel álamo tenían necesariamente que ser, como ellos, descendientes de esclavos africanos.

Por entonces,

alguna vez alguien misterioso, como si matáramos ruiseñores, nos dejaba a la puerta una bolsa de papel y llamaba al timbre o dejaba caer la aldaba salvajemente; cuando abríamos, el hedor nos hablaba sin necesidad de palabras, y pacientemente, en silencio, recogíamos nuestro regalo, con el que abonábamos las plantas del jardín interior que, agradecidas, crecían y florecían; el álamo, en cambio, tardaba mucho en espigarse unos centímetros: tal vez el peso de aquel ébano bruñido les impedía crecer con más libertad.

Pero los Miranda se equivocaron: no viajamos nunca hacia el norte, sino al noreste, a miles de kilómetros de nuestra casa, del álamo y de su vulgar suspicacia hacia nuestro futuro. Sus augurios cayeron al mar: la ramera y el marica nunca fuimos violados. Es posible que alguno de aquellos relucientes ébanos, sobre los que se condensaba la humedad del trópico como el rocío sobre la hierba del amanecer, se haya entregado por unas pocas monedas o por someras baratijas a algún nuevo colono europeo en el trasiego sexual del turismo. Todo es posible: hasta cabe imaginar que tal vez ahora vivan en el barrio negro de Miami.

Es alguna de las cosas que recuerdo de ese paraíso cercano llamado Cuba, de ese pueblo conversador y alegre, donde la vida tiene tantas lecturas y las personas tantos pliegues como una falda plisada.

Lamento,

eso sí,

que ya el álamo no exista: fue reducido a simple leña, como todos los otros árboles de mi calle, y hoy aquel barrio es una arboleda perdida. Lo imagino triste al sentir su desnudez impávida ante el quebranto de la historia.

Esto me han dicho: yo no he vuelto. Ni volveré nunca para ver crecer otro en vez de aquél que me acompañó desde niño, y mucho menos pisaré aquellas calles nuevamente para que los Miranda me reciban con honores, como a un pobre sobreviviente que la mediocridad confunde con el triunfo.

Que repose en paz el ébano,

que en alguna parte del recuerdo reposen en paz las hojas barridas por el viento.

Que descanse en silencioso respeto el pasado de mi vida.

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(Madrid, 8 de abril de 1999)

© 1999 David Lago González

*”Paraísos cercanos: Cuba”, documental emitido por TVE-1 la noche del miércoles 7 de abril de 1999.

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lunes, 4 de mayo de 2009

ELOGIO DE LA ESCORIA (A whole lotta love)

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NOTA DEL BLOGGER: Ayer tarde, revisando papeles viejos que han quedado de otras limpiezas, encontré este poema que pertenece a un libro que el éter engulló con voraz apetito.

En esta ocasión, a pesar de estar incluidos en la dedicatoria general, quiero dedicarlo muy especialmente a mi amigo Elio Poblador, y a mi amigo Oscar León Morell que recientemente murió durante la Semana Santa.

En el poema soy indulgente hacia nosotros mismos. Releyéndolo ahora me doy cuenta del matiz trágico que quise omitir o que tal vez no supe distinguir en el año 2000 cuando lo escribí. Digo "Y nos separamos: eso fue todo." Cuando menos, es inexacto: eso NO fue todo.

-o-

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Elogio de la escoria (A Whole Lotta Love)

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...fracasados convertidos en asiduos de las cervecerías.

Isaac Babel

(tomado de las notas de su interrogatorio en la Lubianka)

Este poema está dedicado a tanta gente que es imposible nombrarlos a todos

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El Bosque es hermoso, a pesar de todo.

Excepto cuando llueve y todo se convierte en un lodazal. Pero en los días secos y soleados, si entrecierras los ojos y si tienes la suficiente imaginación, cuando entre los párpados miras la hojarasca, puedes pensar por un segundo que atraviesas el fantasma de Bavaria.

Aquí

he visto yo acuchillar a un hombre casi anciano que corría como una liebre, de mesa en mesa, de árbol en árbol, hasta que fue acorralado contra el mostrador donde se expendía la cerveza.

Aquí

hemos tenido la vida pendiendo de un hilo, y esa vida no ha sido más consistente que la espuma que el chorro del termo producía al chocar contra el fondo del cartón encerado de los vasos: un mero roce mal recibido contra la crápula y habríamos durado menos que el anciano que vi desangrarse.

Aquí

he venido con mi amante, y con el padre de mi amante, y años más tarde con el hijo de mi amante, todos como en una gran familia, escuchando cuentos de isleños de Canarias o rumores de barrios orilleros.

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El Bosque es hermoso, a pesar de todo.

Aquí detrás, contra esa valla de alambre y cuando todavía no habían instalado los termos, estuve en dos noches distintas con un hombre rubio muy hermoso, de pelo rizado y ojos verdes, que se desnudaba por completo tendido en la tierra contra el alambrado y la vergüenza de ser poseído le provocaba tal rigidez mortis que el placer se convertía en la proeza de descorchar una botella con uñas y dientes.

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Pero El Bosque sigue siendo hermoso, a pesar de todo.

Claro que en esta ocasión —ni en ninguna— no hemos venido a admirar su belleza, sino simple y ramplonamente a emborracharnos como eso que dijo Babel entre sus delaciones: “como fracasados convertidos en asiduos de las cervecerías”.

Pero esta vez será la última porque también hemos venido a despedirnos: el Gran Hermano ha enloquecido un poco más, ha separado las aguas del Jordán y ha dicho que todos a los que su simpatía nos es indiferente, podemos cruzar a la otra orilla (donde nos esperan cosas terribles, pero, qué más da; en todo caso, sería un simple cambio de avernos).

No estamos todos, pero estamos muchos.

Es de tarde en la isla tropical y las nubes, como un termo de cerveza incontrolado, se quiebran de improviso vertiéndonos encima sin la más mínima piedad toda la carga que han ido acumulando durante días: todo es excesivo en estos prados.

Nos refugiamos bajo los arcos de un puente y continuamos con nuestra cantaleta del adiós. El repertorio es variado, casi infinito y muy intenso: hoy nuestros ánimos requieren del rock duro el estruendo de su evasión con todo su rigor —en fin de cuentas, nos vamos al infierno—.

In the sunshine of your love, in my white room, summer in the city, born to be wild, y nuestra mayor y absoluta realización musical: “A Whole Lotta Love”.

“You need cooling, baby I’m not fooling,

I’m gonna say <yeah, go back to schooling…>”

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Carlos Victoria asegura que hay momentos extrañamente mágicos en que alcanzo la perfección de la segunda voz, pero nuestro amigo es un borracho empedernido y ha devenido en una total escoria, eso ya lo sabemos, así que, cual Olga Guillot, miente porque su maldad le hace feliz.

Pedro Castro introduce la cuña de su versión ególatra de “Bajo un palmar” y rompe el ruido de la lluvia con el absurdo de la forzada letra:

“Era en una playa de mi tierra tan querida, a la orilla del mar.

Era que allí estaba celebrándose una gira debajo de un palmar.

Era que estaba precioso, con el color de rosa de mi traje sencillo y sin igual.

Era que yo era novio mío, y me sentía nervioso entre mis brazos suspirar.

Era que todo fue un sueño, pero logré mi empeño porque ME PUDE BESAR.”

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La lluvia amaina. Desde lo alto de un barranco comienzan a lanzarnos piedras y a insultarnos: “¡Escoria! ¡Maricones, fuera de aquí! ¡Singaos por el culo!” ¡Qué curioso! ¿Cómo habrán podido adivinar todo eso, desde tan lejos? La gente nos sorprende a veces siendo extrañamente perspicaz. Nosotros, al unísono nos acordamos de Gran Funk Railroad y nos partimos la voz cantándoles “we are an American band...”

We are an American Man.

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El Bosque es hermoso, pese a todo.

Algunos partieron, otros se han quedado, otros se mataron o han muerto, otros tantos han desaparecido y nadie sabe de ellos. No nos pasó nada terrible, en fin de cuentas. Alguna edrada, algún cartucho de mierda, algún palo en la cabeza, un poquito de ácido a la cara, algún muerto nada grave, un escupitazo, cristales rotos, millones de insultos, barcos zozobrantes, locura en alta mar, festín de tiburones, humillaciones, violaciones en los campos de acogida, sed, hambre, y paciencia, mucha paciencia.

Y nos separamos: eso fue todo. También los grupos cuyas canciones cantábamos se separaron: Jimmy Page, Robert Plant, Steve Winwood, Eric Clapton: cada uno va por su camino. Jim Morrison, Janis Joplin, Jimmi Hendrix, sucumbieron a los delirios del averno.

Pocos hemos vuelto a vernos de nuevo; otros nunca volveremos a hacerlo.

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(Madrid, 22 de marzo de 2000)

© 2000 David Lago González

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