miércoles, 26 de agosto de 2009

INTOLERANCIA

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Que se calle la orquesta antes de comenzar a tocar.

Que sea el único concierto sin voz.

Que a partir de entonces sus cantores no tengan paz,

por haber ido a cantar a la tierra de Dios y el Diablo

bajo el sol que la nieve disparó un día para cegarnos para siempre.

Que se ahoguen todos en la gran sopera de cerámica blanca

llena del óptimo merengue, virgen de cortes y éter,

que muchos dicen el mejor del mundo.

Que la negra única no pueda volver a gozar de mujer ninguna,

ni tampoco de un solo hombre.

Que el blanquito patético reciba la bala

que lo haga por fin tan hombre como para no serlo.

Que el paisa bonito se funda en negro, de camisa y corazón.

Que el minero y la mujer del minero vuelvan a su mansión,

pero realmente contaminados por el estercolero;

que lo que ellos consideran piedras con las que me han golpeado,

palabras con las que me han insultado,

gestos con los que me han humillado,

se ensuelva todo en sí mismo como un polluelo enfermo,

conjurado por el dolor de mi madre y la herida de mi padre,

y el dolor de todos

y la risa de todos

y la basura de todos.

Que abran y cierren la boca

con la frustración de darse cuenta que de ellas no sale nada.

Que dejen ya de creerse que piensan.

Que me dejen en paz.

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Que el pálpito de la miseria del hombre

vuelva a reposar tranquilo sobre mi párpado,

asumido como vida irremediable, gozosa y sufrida;

al fin y al cabo, mi única vida.

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(Madrid, 26 de agosto de 2009)

© 2009 David Lago González

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sábado, 22 de agosto de 2009

Plaza de Toros de Las Ventas

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Ah varón, desnudo yo te invito

a este asombro, tan mudo, que despierto.

Elena Tamargo

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Y sin embargo, me agrada que me digas

que soy la clase de hombre que gustas

y que despierto en ti lascivia en la noche calurosa de este incipiente verano.

Disfruto que compruebes que no te equivocabas cuando los ojos sobre mí pusiste

y lo exclames en voz alta para que las estrellas se enteren,

cuando palpas el falo, redondeas el glande,

castigas en tu puño gónadas y glúteos,

recorres el pecho donde los barcos se hunden,

y besas la boca, y muerdes los labios.

Y sé que no mientes.

Y sé que este efímero momento vale la eternidad del amor.

Y sé que todo quedará en algo que pudo y por suerte no fue

porque precisamente ya lo fue en ese único segundo en que la tierra se nevaba,

y así quedará para siempre: cubierta por la nieve, y no por el barro.

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(Digital Art, David Lago)

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(Madrid, 21 de junio de 2001)

© 2001 David Lago González

viernes, 21 de agosto de 2009

Aquejado por el zumbido de las cancioncillas del verano, escribo estos versos.

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(C) Anne Bachelier

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para Zoé Valdés

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La vida no renace; la vida se deshecha.

Nos fue dado habitar La Tierra de las Hadas Malignas,

y por ese solo privilegio un huso emponzoñado nos estaba destinado.

Hay miles y miles por todas las comarcas,

más tarde o más temprano nuestro dedo inevitablemente

encontrará la púa, nuestro pie se clavará el acero.

El clavo estaba allí desde que llegaron las hadas,

sólo era cuestión de tiempo que el pie lo pisara.

Quizás ni siquiera lo trajeron ellas deliberadamente;

es que forma parte de la esencia: todo el mundo

se pinchará para quedar debidamente contagiado.

Sus efectos secundarios es el creer que puedes ordenar tus papeles,

“la diminuta poesía que forma mi vida”, escribir un verso,

tararear una canción, procrear, llevar la existencia simple de tus mayores,

conocer nuevas praderas, incluso cruzarlas,

amar, reír, estrenar sedas y cashmeres, anudarte al cuello un pañuelo,

odiar,

matar,

enloquecer,

y que alguna insignificante cosa

no está en realidad relacionada con aquel huso

en el que tu dedo se hundió para toda la eternidad.

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(Madrid, 20 de agosto de 2009)

© 2009 David Lago González

jueves, 20 de agosto de 2009

Vienen del sur (Palabras a Víctor Manuel San José)

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a la memoria de mi padre y mi tía Ermitas,

a todos los españoles que conocí en Cuba

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Una vez nací. Crecí una vez entre el silencio y el idioma

de los que partieron pensando quizá en volver,

imaginándose acaso que el nuevo inicio de sus vidas no tenía retorno,

para finalmente acomodarse a la silueta de una nativa

o sofocar la calima bajo el tembloroso frescor de la malanga.

Si los padres de estos hombres

hubiesen sido reprensibles borrachos irlandeses

es posible que hubieran construido un país: fuerte,

despiadado e imperdonable, como el del Norte.

Pero cuatro siglos expoliando la miseria dorada de los ríos

y trasvasando riquezas hasta las casonas de los indianos asturianos

es demasiado tiempo para que sólo cien años

puedan tornar el menosprecio que corre por nuestras venas

en respeto y consecuencia y amor hacia nuestras maneras de ser.

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Mas parece que efectivamente nací una vez, y crecí,

sin que entre mis recuerdos pueda encontrar

los rastrojos de tantos orgullos patrios,

pacotillas de patios de vecindarios,

marrullería de corralas vallecanas,

remembranzas de antiguos reinos tragados unos por otros

y convertidos en vísceras sin raciocinio:

Galegos de Cantabria,

maños de Cáceres,

canarios de Cantabria,

cántabros de Sevilla,

andaluces de Badajoz,

asturianos de Bilbao,

catalanes de Madrid,

valencianos de Murcia,

mallorquines de Canarias;

vascos de Girona,

vascos de Lugo,

vascos de Cádiz,

vascos de Tarragona;

y hasta portugueses de los Pirineos ,

que dulcificaban la zeta final de sus apellidos en suaves eses

que arrastraban por las calles empedradas de la nueva Iberia.

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"Vienen del sur" ―dices―.

Y no, Víctor Manuel, te equivocas: regresamos,

y yo al menos no retorno para llevarme la belleza del paisaje

que te vio nacer: esta tierra será mi casa y mi sepultura;

como un reprensible irlandés borracho ―pésele a quien le pese―,

Madrid será para siempre mi Dublín y mi Brooklyn,

lo nuevo y lo viejo,

la etapa vencida y la etapa por vencer.

Entre "las fotos que me vieron crecer"

sólo vi hombres y mujeres sin lindes,

y sólo supe de las fisuras de tantos odios ancestrales

al venir del sur ―como dices tú―. Yo, en cambio, diría "regresar".

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(Madrid, 19 de enero del 2000)

© 2000 David Lago González

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