viernes, 20 de marzo de 2009

Billie Holiday canta "Autumn in New York"

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AUTUMN IN NEW YORK

(Vernon Duke)

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It’s time to end my holiday and bid the country a hasty farewell.
So on this gray and melancholy day, I’ll move to a Manhattan hotel.
I’ll dispose of my rose-colored chattels and prepare for my share of adventures and battles,
Here on the twenty-seventh floor looking down on the city I hate and adore!

Autumn in New York, why does it seem so inviting?
Autumn in New York, it spells the thrill of first-nighting.
Glittering crowds and shimmering clouds in canyons of steel;

They’re making me feel I’m home.
It’s autumn in New York that brings the promise of new love.

Autumn in New York is often mingled with pain.

Dreamers with empty hands may sigh for exotic lands;
It’s Autumn in New York;
It’s good to live again.

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Billie Holiday canta Autumn in New York

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Vendría bien el diminutivo más pequeño, más corto,

para expresar el salto que la voz da,

atrás, en el fondo de la bóveda,

escabulléndose bajo la gran campana roja que cuelga del centro

como una lámpara de araña recogida en sí misma,

pensativa y concentrada en esa inflexión

con que transmuta la ciudad en una invitación eterna,

y paraliza lo bueno de vivir otra vez

en el éxtasis de la primera noche de todas las noches.

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© 2009 David Lago González

jueves, 19 de marzo de 2009

El otro lado

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Los designios del poder quedaron del otro lado.

Mas ¿están realmente tan lejos como para sentirnos a salvo?

Como el sol, con su inclinación,

cual sombra unas veces se adelantan

y otras nos persiguen.

Cuando hablan de formas de gobierno, óyelos,

parece que les asiste una vasta sabiduría,

una longeva experiencia en equidades salomónicas:

habla la serenidad y la justicia

de los que no somos sino torcidos viejos retoños

de un injerto mal habido y obstinado

en la pupila de una visión

que, como la fantasía del corazón eternamente joven,

no quieren perder.

Los que osan expresar su desacuerdo,

quedan ahora del otro lado.

Y el otro lado es un laberinto,

tan sólo un laberinto del que ninguno salimos bien parado.

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© 2009 David Lago González

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miércoles, 18 de marzo de 2009

Repudio

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Dos sonidos ruedan García Roco abajo,

uno por el cielo, otro por el suelo.

Se desplazan sobre y bajo el calor

primero como un pequeño reptil inofensivo

que se enrola en la ola del mediodía implacable

o de esa hora aterradoramente larga y soporífera que marca las cuatro.

Después se levanta en cresta de boca mitológica

cuando se nos echa encima de las ventanas.

El ruido del cielo parece estallar en el espacio abierto del patio central,

aceros eslavos, caucho ucraniano, aceites muertos de un mar ajeno,

o el silbido de esa nacionalidad inventada, creada por fuerza y de la nada.

Si este ruido cayera de una vez sobre la cabeza del loco,

si hiciera arder las nubes para arrasar de una vez

el miedo y lo incierto...,

el murmullo que se desliza como una manada de ruedas sin freno

atenuaría la colisión de dos tiempos irreconciliables.

El imperio poderoso nos atacará, irremediablemente,

una vez más, otra vez como cada año, como cada noche,

dicen los periódicos y las radios.

Y cientos de rostros extraños nos gritan por el patronímico

superponiendo atributos increíbles.

Correr hacia el salón a desnudarlo del inerte mueble amado

que fue midiendo lentamente la expansión de la carne,

salvar las lámparas de la profunda oscuridad de la miseria del oportuno,

todo lo que va infundiendo ternura a los palacios.

Correr hacia el cielo del jardín

a vigilar cuándo caen esos pájaros de guerra.

Y de pronto el silencio,

un silencio por el cielo, otro por la calle.

Y después volver a empezar.

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En el entreacto salimos fuera, lo más lejos de todo,

la última habitación, el comedor, el patio.

Y nos abrazamos.

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©2008, David Lago González

(Madrid, 31 de julio de 2008)

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domingo, 15 de marzo de 2009

Fresas Silvestres

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fresa silvestre

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Receta

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Cuarto de kilo de hermoso fresón.

Cortar la corona verde bajo el chorro del grifo.

Abundante agua

para limpiar la tierra que se adhiere a la piel rugosa.

Partir la fruta en dos mitades

o en cuatro porciones según el tamaño de la unidad.

Poner en un boll.

Agregar azúcar generosamente, tal vez

un poco de vainillina también.

Tapar y agitar bien

para que los trozos de fruta se impregnan del azúcar.

Colocar en el frigorífico.

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Dejar pudrir.

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© 2009 David Lago González

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Receta (2)

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Cuarto de kilo de fresón silvestre.

Guardar en la nevera

sin cambiar el papel en que lo envuelven.

Comenzar a dejar pasar los días

protestando mudamente de un anticipado olor a podredumbre

que invade el frío interior plastificado

y que salta al mundo cada vez que se abre la puerta.

Al cuarto día desaparece el olor.

A los quince se hace insoportable.

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Entonces,

abrir un trocito del envoltorio.

Comprobar que un moho blanco cubre el rojo.

Y tirar a la basura.

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© 2009 David Lago González

lunes, 9 de marzo de 2009

Cita furtiva

Cita furtiva

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para A., furtivamente

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If I, like Solomon,

could have my wish...

Marianne Moore

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Be careful, it's my heart:

it's not a watch you're holding: it's my heart.

It's not a note I sent you that you quickly burnt;

it's not a book I lend you that you never returned.

Remember, it's my heart:

the one with which you'll be a part.

It's yours to give, to keep or break,

but please, before you start, remember: it's my heart.

Ira Gershwin

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-o-

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-o-

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NO QUIERO LLAMAR con los manidos nombres de la reciedumbre o la dureza

a ese cuerpo que se tiende de bruces en la cama y sobre él

la sombra de otro cuerpo les hace hundirse a ambos en movedizas dunas

donde las cualidades se hacen maleables, o suave seda

al beso de unos dientes y una boca que escarban sin resuello, como un gato enloquecido.

Por eso quiero invocar un nombre simple y contundente, que tal vez no exista

y que resuma la manera en que sus hombros se prolongan sobre alcores palpitantes

y mezclan en su dorso sus dos mitades perfectas

confluyendo en un más que leve, levísimo canal

que sutil conduce a dos macizas puertas de roble

--impresionantes, como las esculpidas en Petra--,

donde se sufren espejismos y deslumbres a través de una oscura lucerna,

pero también donde morir es un capricho que regalan los dioses.

Y ello no es labor de uno solo, sino de uno y sus dobles,

porque yo soy yo y soy dos y soy tres, y múltiple

me desdoblo y me disfrazo hasta no saber

si la voz sale de mí o de muchos a la vez;

y él es él y cientos y miles, y múltiple

olvida y confunde por unas horas

los caminos por los que su cuerpo, irremediablemente, al final de cada tarde,

se levantará y escapará hacia una cordura de días uniformes

donde volverá a ser uno solo, único,

y yo regresaré también a mi número de siempre,

cada cual aguardando de nuevo la multiplicidad de nuestros cuerpos.

(Madrid, 1995. 21 de Julio)

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LA CASA ESTÁ EN ALQUILER, y yo la habito.

Limpio los rincones donde se acumulan las sombras,

cenizas que levantan polvaredas como tornados si no se las pisa con el debido respeto.

Saco brillo al picaporte. Pinto las paredes y los techos,

que luego se extienden infinitos como el cielo o la noche, o como el cielo de la noche,

o ambas cosas, en fin: algo inmenso y repetido que nos anega inermes.

Compro una cama nueva, ancha y fuerte,

que sostenga con suavidad nuestros cuerpos,

o nuestro cuerpo de ocho brazos como una lámpara luciendo todos sus fuegos.

Soy el amante, la justificación de un adulterio, la verdad de su engaño.

Como todo amante que se precie, intento ser bueno, soy afanoso y entusiasta;

cumplo con mi trabajo, me muevo con soltura y precisión,

y cada vez guardo bajo mi piel una carta inesperada para la próxima ocasión.

Me esfuerzo en hacer del tallado una creación de ciencia inapelable

donde cada milímetro tenga una resonancia especial

y cada silencio sea ocupado por el silencio o la palabra precisa,

por supuesto ensayada mentalmente unos segundos antes

para provocar la reacción justa en el momento adecuado.

Yo no puedo decir, en cambio, que ese otro cuerpo sea mi amante;

tal vez es mucho más, posiblemente menos;

en cualquier caso, son dudas que debo compartir conmigo mismo

y nunca transmitir a quien se supone que recibo con el corazón ligero,

trasmutado en músculo que late y acompasa y acompaña

a unos besos que se mueven sobre la superficie del agua,

profundizando sólo en ciertas zonas donde el goce se hace excesivo,

insostenible, y estalla como un géiser termal, hirviente.

Todo parece bien como lo he dicho, razonado y sincero;

fluido y ágil como cuando la noche se moja levemente

sobre la inconstante sonrisa de las terrazas.

Y sin duda todo ello lo es.

Pero tanto si abro los ojos como si los cierro,

su rostro y su cuerpo inundan mi ventana,

anulan el cielo, hacen de la noche un cirio que se agota;

y todos mis métodos, mis artes, mis mañas

de amante afanoso y entusiasta se vuelven nada,

contra un corazón que abandona su frívola mirada

de aleatoria confidencia de amiguetes en la cancha,

y retorna a lo que siempre ha sido: un murmullo absurdo,

un vicio, absurdo e irreversible, finalmente incapaz de engañarse a sí mismo.

(Madrid, 1995. 27 de Agosto)

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UN MES DURO y cruel este agosto desierto,

transitado por coches fantasmas, ocupado por la ausencia

de sus sombras que han dejado en las calles el espacio reservado

y aparentemente libre para confundirnos al cruzarlas

como si de una ancha pradera se tratara.

Las personas y los ruidos han retenido su sitio intacto

y el silencio es ahora un espejismo, la resonancia

de las voces mudas de quienes nos hemos quedado

y no encontramos la albardilla de los ecos que tanto odiamos,

ni siquiera la pinturera locuacidad de los taxistas

cuando en la noche, de regreso de los cines vacíos y entristecidos,

nos devuelven a la casa yerma,

y al recostarme en la cama, y darme la vuelta,

rozo el lado derecho ocupado por tu ausencia.

(Madrid, 1995. 27 de Agosto)

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HE SIDO amado, profundamente, larga y obsesivamente.

Tan sólo hasta hace unos meses, era desposeído de aspereza y silencio

y vestido por un cuerpo que te rescata de la noche

y te cubre de asombro, y profundiza con dolor o dicha espontáneas

la gota traspasada de los días, y se marchita y te perdona,

y sale a la mañana, sin memoria, para empezar de nuevo.

Tan sólo hace unos días sucedía esto, y hoy parece que lo distancia un siglo,

recóndito, clausurado por una llave helada, cruzado

por un rostro que no quiere volver sobre la mirada difusa sus ojos huidizos.

No sólo he sido amado con el atisbo perdido del aire inerme,

sino que yo mismo he compartido ese enigma de luz y niebla

y al espejo he echado mi aliento, todo cuanto tenía,

para que me devolviera minuto a minuto el tiempo, como un reloj su arena,

con su desgarro y su risa,

la zozobra o la calma que se forja en el silencio,

o una flor envenenada, o una dicha más íntima,

como la suave agitación del mar cuando los pies cruzan su frontera

y comenzamos a pertenecerle, y en sus manos está el liberarnos

o llevarnos consigo al punto desde donde surte a la vida

con la espuma desmayada que nos salpica el rostro.

Tan sólo hace unos meses sucedía esto.

Tan sólo hace unos meses y hoy transito por otro camino,

mitad sombra, algo de luz,

a ratos el sol te deshace como a la nieve,

a ratos la luna te ayuda a quemar la noche

con una limonada suave después de la jornada.

Esta vez sé que no seré amado ni profunda, ni larga ni obsesivamente.

Tal vez sea yo el suicida hechizado que se lance a su cuerpo,

a sus ojos, a su nuca ciega y anhelante,

a su cintura tendida en la cama como un juguete roto,

a sus muslos desordenados...

y confunda todo ello con el corazón.

(Madrid, 1995. 27 de agosto)

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VIVO ANTICIPADAMENTE.

Hasta el último detalle imagino lo sucedido,

lo que ni siquiera llega a suceder,

que la realidad para mí es un fracaso

o me trae la dicha doble de revisitar las estancias del sueño.

En una flama irreal me consumo, ardo con mi propio fuego,

y naufrago antes de subir la rampa de acceso.

A veces me consuelo con que al frustrarse el vuelo,

ya yo he ido y he vuelto,

ya yo he vivido las mil vidas

donde no cabe la luna esquiva ni el desencanto,

ya me he dejado los labios de tanto violentar su cuerpo,

he cruzado la memoria y he traído la noche,

donde me espera otra vida donde afanarme,

otro día a rellenar de recuerdos que no son pasado

sino horizontes fantasmales, y son olvido y son cenizas

incluso antes de rascar la cerilla contra la piel del silencio.

(Madrid, 1995. 27 de agosto)

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"¿Quieres venir conmigo a un viaje al Paraíso?"

A.

OTOÑO DEL 95.

Leve y fría la tarde se desgrana en el gris

hollín de las nubes sobre el alero de los hombros.

Debajo, la calzada mojada por una lluvia invisible y fantasmal.

Con estos tres dones te saludamos: tarde en que nos reconocemos

como ciegos amantes palpándonos en la penumbra de las persianas echadas;

noche en que dormimos abrazados:

frente a mi boca su espalda como un muro,

frente a mi cuerpo, su espalda, sus nalgas y sus muslos

sujetos por el bordillo de mi silueta para que no escapen

ni se vayan con la luz tras la mañana que nos viene, inevitable,

fin del paraíso.

Y en mitad de la noche, infinita y secreta,

tres ambrosías en la boca encuentro,

sólo comparables a un hartazgo de machuquillo,

cuando se funden savia y carne de plátano y marrano

en el momento en que las formas pierden su contorno y se hacen sueño.

Y si el sueño vuelve su espalda, se crecen sobre el mar

dos montañas gemelas luchando por la belleza de una línea

que va a caer al abismo azul de las sábanas

como un galeón en busca del descubrimiento;

en mitad, un cráter que no erupciona, ni lava ni piedras ni cenizas,

sólo un grito a mi boca pide, sólo un grito,

quedo, silencioso y sin palabras ni miradas,

con sólo nacer una isla sobre el mar, empinarse más sobre las olas,

mi lengua calma, agota su sed y calla su llamada.

Y en las más altas latitudes de los cerros,

los faros de sus pezones, tan solitarios y perdidos

que dan tristeza, pero la noche es larga,

qué larga es la noche, sin luna, que olvida el día y su amenaza,

y festeja con mi boca lo que en la oscuridad encuentra.

Sobre el desierto de su pecho... ah, me cansa la caminata,

un respiro entre las dunas, que se mueven

pasando suavemente de una a otra granos de arena,

tramando un trueque de locos mercaderes:

el incisivo zarpazo dental de la rabia por el fulgor de un tocamiento;

y yo escondido en la noche, como uno de esos animalitos

que sólo salen para beber el rocío del Sahara.

El cuello tiene paredes de cristal de agua,

frágiles y temerosas de una fisura por donde penetre lo insostenible,

lo que le torna en niño, quebradizo y trémulo,

en un gesto que une cabeza y hombro

omitiendo el cuello, que se protege en la sombra tras un beso.

Qué desorden de labios, lenguas y dientes;

qué hiedra se prende de la carne roja: la boca

que no sabía besar boca de hombre

enreda con su dardo serpentino la noche en un lazo eterno.

Y al siguiente día, la tarde llega

para desgranar el frío hollín de sus nubes sobre nuestro pecho,

calzada mojada por una lluvia invisible y fantasmal

que nos despide, espada que nos expulsa hacia el desierto.

-o-

Go on and tell me lies, but hold me tight,

save your goodbyes for the morning light,

but don’t let me be lonely tonight.

James Taylor

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(C) David Lago González

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viernes, 6 de marzo de 2009

Message in a bottle

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Sí, qué hacer para solazar mi espíritu, porque tengo uno. Qué hacer con cincuenta años de fango en que por mucho que se huya, el lodo va pegado a la suela de los zapatos y por lejos que se camine uno va dejando las huellas por doquier. Voy a reunir todos los comentarios que he dejado por ahí colgando de blogs que buscan un espejo o el ombligo, para responsabilizarme totalmente de ellos. Voy también a recoger todos los insultos y mediocres torturas persecutorias que me han dejado a lo largo y ancho del mundo mundial cubano, que es vasto y cruel como un desierto alimentado por varios soles, vasto, cruel y aparentemente blanco pero rojo de sangre como la estepa siberiana. Voy a reunir toda la rabia que alguien me niega derecho a poseer desde el otro lado del Atlántico. Voy a grabar todas las voces que comparten conmigo las mismas opiniones y que por misteriosas razones callan cuando yo pronuncio sus palabras. Y mientras escribo este sin sentido, escucho la danza turca de Kroke restallando sus violines en un ritmo frenético con el que quiero alejarme del horror de no ver más que una línea de horizonte en una playa sin mar ni arena que me persigue desde Madrid a New York, desde Kiev a Monterrey, desde Ulan Bathor a Piazza San Marco, desde Camagüey hasta mi muerte.

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(C) 2009 David Lago González

domingo, 1 de marzo de 2009

Sarah y Lucía

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(Lucía y mi madre, Agramonte, Matanzas, 1978)

(C) David Lago González

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a la memoria de Lucía

para Dolores Lago González, que me dejó el libro de Singer

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Una noche de marzo de 1982 tomé de aquel estante, en la casa de El Ferrol, un pequeño libro de Isaac Bashevis Singer.

Lo abrí arbitrariamente y comencé a leer un cuento que narraba un extraño suceso: una adolescente era requerida por un viudo para ser desposada y ocupar así el sitio de su anterior mujer y madre de sus hijos. Cuando el hombre llegó a su casa para pedirla a sus padres, ya ella lo sabía todo. En sus sueños, la noche antes, una desconocida había aparecido para anunciarle que en sus manos ponía su alma y con ella el designio de la vida que no había podido cumplir. La muchacha se llamaba Sara y no era mayor que la mayor de sus hijastras. Y esa es la historia: Sara se casó con el viudo, que podía ser su padre, y crió sus hijos como suyos; sucedió al esposo y fue luego viuda, y todos la quisieron y la amaron como la madre y la esposa que partió con prontitud hacia tierras lejanas.

He comprado después muchos libros de Singer, lo he leído mucho; al ortodoxo prefiero esa mano que se libera brevemente de la ética judía y da paso a historias singulares y caprichosas; pero nunca he dado de nuevo con aquel relato, como si, tal vez, hubiese sido una aparición o precisamente un sueño.

Y lo recuerdo especialmente porque en nuestra familia materna también sucedió algo parecido.

La primera de mis tías murió de tisis en los años treinta dejando tres hijos y un marido, León, que a su vez era primo.

También mis abuelos eran primos entre sí: la rama de los Fagundo ―y mi madre repetía orgullosamente, como si de nobles se tratara―, era apellido de un solo tronco, un solo árbol, y todos provenían de una única simiente. Lo más probable es que fueran simples marranos, judíos conversos huidos a las Canarias para terminar afincándose en la isla de Juana cuando Isabel y Fernando la añadieron a los territorios ultramarinos de La Corona.

Al cabo de tres años de viudedad, el tío León pidió permiso a su antiguo suegro para recoger sus hijos y rehacer su vida, dándoles por madre una joven canaria de quince años recién llegada a las aguas del Caribe. Mi abuelo accedió, y León y Lucía ―que ése era su nombre― se casaron.

Hasta aquí la historia no tiene importancia: unos mueren, otros viven, y la vida se impone un día tras otro sepultando con su rutina la parálisis de toda tragedia.

Pero lo curioso es que la vivencia de Sara se repitió en Lucía: la joven canaria retomó la ausencia de la tía Viti, crió sus hijos ―los ajenos y los propios―, y mi familia recuperó una hermana que se había marchado en un golpe inesperado de tos, y con el paso de los años se hizo imposible deslindar el parecido físico que más allá del alma les dio el aire de una misma sangre venida esta vez de quién sabe dónde, o de quién sabe cómo.

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(Madrid, 25 de Febrero del 2000)

© 2000 David Lago González