jueves, 26 de junio de 2008

Almuerzo sobre la hierba (Civilización o barbarie)





El verdugón de fuego sobre el lomo de la vaca;
de la juventud primera los falos espigados
sobre la sinuosidad del río en explanada, como
piñones de lindes tirados por el prado,
apuntando inconexos, vertical, oblicuos, sin grosería y losanos,
hacia el camino sin trillar que nos esperaba
hasta llegar aquí: mañana del domingo,
salto mortal entre el tiempo y el espacio, la ventana abierta,
el jardín de clase media recién abonado, el aroma
profundo y dulzón del estiércol esparcido sobre la hierba recién cortada
para salud de las especies caprichosas
que el hombre civilizado planta para exotismo de su mirada vacua;
los cristales con aroma de vainilla, sin mácula de mano ansiosa;
el salón, donde todo en su sitio da una pequeña idea del aburrimiento
en que transcurre la vida, madera embetunada y diseño sobrio,
minimalista, preciso, grosero, enfermo de soledad aplastante,
el pene laxo sobre el coito inapetente,
el dominical del país, un té helado prefabricado,
y,
a lo lejos,
las vacas muertas que nos trae el olor salvaje de la adolescencia.


(Madrid, 20 de agosto de 2006)
© 2006, David Lago González

viernes, 6 de junio de 2008

BROKEBACK MOUNTAIN







El vaquero en la cabina, llorando
por el sello sobre su postal escrita,
aquel sello incomprensible,
aquel sello inadmisible,
escrito en arameo o en mandarín, crueles
lenguas advirtiendo que a partir de entonces
ya sí todo iría en serio;
ese vaquero, hace muchos años pasó también por mi casa
para confirmar lo que sus oídos habían creído escuchar: Jack,
mi padre, algún otro, el terrible y certero corazón de sus latidos,
se había detenido.
Como la tejana esposa, hice yo el mismo gesto de sospecha
y afirmé con palabras semejantes el viaje definitivo,
y el vaquero en la cabina, el anciano en el zaguán de mi puerta,
comenzó a llorar, comenzó a temblar,
comenzó a decir frases inconclusas, inconclusamente interminables:
“yo era... yo era... yo fui... yo soy...”
El sello, funcional, insensible, tan frío,
con las mejores credenciales de la muerte, sólo decía

“DECEASED”,

fallecido en la turbación del dolor.



(Madrid, 5 de abril de 2008)
©David Lago González